No sabía cómo aquel aparato había llegado allí pero lo que sí que tenía claro en que lo haría funcionar. Sus rasgados ojos verdes estaban perdidos en su minúsculo taller, mientras que las pronunciadas arrugas de su frente gritaban que podrían con aquella máquina y la nuez que atravesaba su marcado cuello maldecía por lo bajinis la mañana en la que ella llegó allí.
Jorge lo recuerda a la perfección porque cuando la vió, retiró las enormes gafas de plástico que protegían sus ojos y se detuvo por unos instantes en su complejo engranaje. Se preguntaba de dónde habría salido aquel trozo de hojalata con forma de enigma, en sus más de 10 años cómo soldador jamás había caído una pieza cómo aquella entre sus manos.
Quedó tan fascinado que casi sin darse cuenta activó el soplete que había colocado sobre la mesa de las herramientas y unos enormes chispazos, que parecían que daban la bienvenida a la nueva en forma de centellas, cayeron sobre su brazo izquierdo provocando una quemadura de esas que dejan cicatriz.
En los posteriores meses a aquella llegada Jorge se dedicó en cuerpo y alma en hacer que ella volviera a funcionar, en reparar aquella avería y hacer marchar un engranaje del que parecía depender su respiración. Se empeñó en entender un funcionamiento que parecía estar fabricado en otro planeta y mientras que en algunas ocasiones creía que aquel cacharro había perdido piezas por el camino, en otras veía repuestos defectuosos que hacían imposible una devolución.
Casi cuando ya estaba a punto de rendirse, de reconocer que aquella máquina le vencía, que no la entendía, que no era capaz de repararla, ella empezó a sonar. Un hilo de música alumbró el pequeño y sombrío taller y Jorge sonrió. Era feliz, ella estaba allí, con él, funcionando, había sido capaz de entender su mecanismo, de encajar su engranaje, pero su júbilo sólo pudo ser momentáneo porque a los pocos minutos ella se paró.
La rabia lo inundó, no podía creer que tanto esfuerzo y dedicación cayeran en saco roto en tan solo unos minutos y su furia lo llevó a golpearla con rabia haciendo que cayera sobre el suelo. Las piezas rodaban por el taller cuando Jorge pudo ver que de una de las hendiduras que había en el lateral de aquel cacharro asomaba un pequeño librito, era un manual de instrucciones titulado la ciudad de hojalata.
En el interior de esta guía Jorge pudo encontrar un mapa con flechas y aclaraciones que explicaban el funcionamiento del aparato y una nota al pié de página en la que pudo leer: Jorge no me intentes arreglar para siempre, el amor entre el soldador y la máquina se basa en una unión de ajustes permanentes.